Ah, la burocracia francesa, ese arte elevado al nivel de tortura psicológica. Desde septiembre estoy inmersa en una epopeya digna de Homero (o quizás de Kafka) para conseguir una simple licencia de fútbol para mi hija. Pensaba que el deporte era sinónimo de trabajo en equipo, esfuerzo y diversión. ¡Ilusa de mí! No sabía que el verdadero desafío no estaba en el campo de juego, sino en el escritorio de la administración.